Obviaré la pregunta que se me plantea a continuación, es decir, ¿por qué el hombre tiene necesidad de definir todo constantemente?, que podría ser tema para otro post, porque creo que esta ya da suficientemente de sí.
Hay dos tipos de definiciones, la negativa y la afirmativa. Cuando se define negativamente, se dice lo que el sujeto de definición no es; cuando se enumeran los atributos que caracterizan a lo definido, entonces es una definición afirmativa.
Las definiciones aparecen cuando el hombre se pone a reflexionar, a querer saber lo que son las cosas, en lugar de limitarse a interactuar con ellas, y esta pregunta que yo planteo tiene que ver con la búsqueda de la propia identidad.
Aristóteles dio un par de definiciones positivas: el hombre es el animal racional, el hombre es un animal político. También propuso un par de definiciones negativas: los esclavos no son hombres, las mujeres no son hombres. Vemos como el conocimiento se va construyendo por oposiciones.
Yo destacaría tres importantes oposiciones: el hombres frente al primitivo, frente al animal y frente a la mujer. En todas andaba de por medio la tan manida racionalidad, considerada como un don divino y que hacía sublime al hombre civilizado. La crisis de la racionalidad llega con el siglo XX, con sus dos guerras mundiales y los regímenes fascistas, que pretenden conseguir un mundo perfecto a golpe de razón -que aparentemente dictaba que todos aquellos hombres que no se adaptasen a la racionalidad del poderoso de turno debían desaparecer, para que la racionalidad se fuese instaurando lo más rápidamente posible-.
A día de hoy la ciencia -bueno, muchas corrientes científicas, mejor dicho- acepta la igualdad entre los hombres -sean “occidentales” o no- y entre varones y mujeres. La discusión se centra ahora en torno a la relación que hay entre hombres y animales -aunque el ser humano se definiese como animal, el génesis le había enseñado que era el cúlmen de la creación-, y si éstos deben tener derechos que los protejan o no.
A día de hoy se oye hablar del proyecto Gran Simio en las cortes, y no han desaparecido los movimientos activistas a favor de un mayor respeto por nuestros congeneres, y eso me da alegría y esperanza -supongo que como mujer que soy, es decir, parte de los grupos marginados históricamente en su afán por ser tratados con dignidad y humanidad-. Y me apena que los cambios no sean más rápidos y generales, hay mcuha gente que sigue apegada a las viejas teorías, pero no me dejo engañar: por más razones que den, estas cosas no son una cuestión de razón, sino de poder. Es siempre muy agradable disfrutar de las ventajas que te da el considerar que eres mejor que los demás sólo porque tú lo has definido así.